Blas, Muchas Gracias
Por eso tiene fama de ser teso para ganar títulos: campeón con Árabe Unido en Panamá y con Cali y Cúcuta en Colombia. Y ahora dejó al equipo 'motilón' a 90 minutos de llegar nada menos que a la final de la Copa Libertadores de América.
"La verdad es que en este momento estoy un poco confundido. Tenemos hasta el miércoles para decidir si viajo directo a Argentina o si me quedo con la Selección. Es una situación difícil. Es mi país y es el Cúcuta y ambas cosas son muy importantes", afirmó el atacante panameño, que le pisa los talones a Salvador Cabañas, quien por ahora es el goleador de la Copa. El paraguayo del América de México lleva diez, el panameño completó ocho con los dos que le hizo a Boca. Un gran balance para una persona que estuvo a punto de cambiar los guayos y los balones por los bates y las manillas.
En todos los deportes
Si hubiera sido por su padre, Blas no sería futbolista, sino beisbolista. Y se entiende: por la época en la que vivió su niñez, los peloteros panameños se destacaban más que los futbolistas, aunque había referentes como el fallecido Rommel Fernández o el atacante Julio César Dely Valdés, por ellos, Blas se decidió por el balón. "No importaba cuál fuera mi posición en el campo. Lo clave era estar allí, jugando", afirma.
Pero no fue la única disciplina en la que se destacó: en 1992, a los 11 años, hizo parte de las selecciones infantiles de su país en baloncesto (fue alero) y voleibol (jugaba en la posición 3, por la izquierda, pegado a la malla, a pesar de ser de perfil derecho).
Una vida marcada
El verdugo de Boca Juniors tiene nueve tatuajes para imitar a su padre, que también se los hizo marcar. Solo uno de ellos tiene que ver con el fútbol: "Tengo la bandera de mi país con tres pelotas de fútbol y una corona, y dice 'panameño'", explica. Hay otro con una imagen religiosa y la frase "En Dios confío". Pero su preferido es otro.
En su hombro derecho se lee "Nayeilis, motivo de inspiración", y entre el nombre y la frase hay una cara. Nayeilis es su hija mayor, de 7 años. Ella y su hijo Blas, de 2, son su gran incentivo. "Es el motivo para dejarlo todo en la cancha, siempre quiero que ellos estén bien y que tengan un buen futuro", afirma.
Y ese porvenir está muy ligado a lo que consiguió en Cúcuta, la cuarta escala de un viaje por tierras colombianas que comenzó en el 2003 en Envigado, que por ese entonces todavía estaba en primera división.
Después fue goleador de la B con Centauros de Villavicencio, con récord de anotaciones para una temporada (29); fue tentado por Millonarios, sacó campeón al Deportivo Cali en el Finalización 2005 y fue culpado de perder el bicampeonato al errar un penalti frente al Deportivo Pasto en la final del Apertura 2006. Eso le costó el destierro del Pascual Guerrero y un supuesto purgatorio en Cúcuta, que al final resultó ser un paraíso. "Estoy feliz por lo que le he podido dar al Cúcuta en este año que llevo en la ciudad y porque la gente acá también me ha dado mucho", asegura.
Blas ya tuvo una experiencia en Europa. Antes de que Colombia se atravesara en su camino, hizo una prueba en el Cherno More Varna de Bulgaria. Iba a quedarse, pero pasó trabajos: entrenaba como si estuviera solo, no pudo con el idioma, vivía con tres nigerianos y al final, el empresario que tenía no cerró el negocio. Ahora, más maduro, quiere demostrar que sabe moverse en todos los frentes y que es un hombre teso a la hora de ganar títulos.
Hoja de vida
"En el único equipo colombiano en el que quiero jugar es en el Cúcuta Deportivo". Blas Pérez
Gabriel BriceñoRedactor Deportes EL TIEMPO
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