En menos de ocho años, el comerciante -considerado por el juez Baltazar Garzón como un poderoso narcotraficante-, logró convertirse en hijo adoptivo de buena parte de la cerrada sociedad cucuteña.
Y también en un importante empresario de la construcción. Su chequera y relaciones con políticos locales (que hoy niegan ser sus amigos) no tardaron en abrirle las puertas de uno de los clubes sociales más reputados: el Cazadores.
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