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martes, 19 de mayo de 2009

QUÉ RICO, ME ACCIDENTÉ (… y no soy masoquista)


Un simple y acostumbrado ejercicio ciclístico, por una de las avenidas que lo permiten en Cúcuta, Avenida del Río, terminó de bruces en el áspero asfalto tratando de esquivar una veterana zanja abierta hace años de lado a lado de la calle, pero ayer domingo disimulada por la arena que transportaron las intensas lluvias que aquejan esta parte del mundo desde hace meses.

Con el orgullo más aporreado que el cuerpo, en plena ebullición la adrenalina y la dopamina producidas por el cuerpo humano en condiciones apremiantes, nuevamente me subí al italiano caballito metálico, pedaleando aún con más rabia tratando de olvidar el golpe e ignorar el dolor a cada pedalazo con la cadera adormilada, apreciando raspaduras en las rodillas y brazos, así como un dedo cada vez más amoratado y sangrante.

Como no siempre he podido dominar el dolor, y las molestias corporales seguían aflorando, al cabo de otros 16 kilómetros recorridos en poco mas de 40 minutos, decidí abandonar el ejercicio que practico hace décadas, para dirigirme a casita a bañarme y descansar, pero el simple hecho de levantar la pierna para bajarme de la bici, e volvió a la realidad, el dolor afloró repentinamente y la natural preocupación emitió señales de alerta; después del primer chorizo de años (quinto piso dice Amilcar Lemus) es mejor prestarle atención a la salud -así personalmente no me guste asistir donde los médicos- apremiado porque no pude caminar sin apoyo y por primera vez, que espero sea la última, mis queridos hijos y esposa me alzaron y subieron a una silla saliendo rumbo a la clínica, diagnóstico después de 2 horas de consulta médica incluidas placas de rayos x: pulgar izquierdo fracturado, un semicírculo con área de 10 centímetros con raspaduras no vistas en primera instancia en la cadera, piernas y brazos lacerados, fuerte dolor en zona inguinal de la pierna derecha por afectación del recto anterior del cuadriceps que aún me impiden caminar.

Lo bueno de caerse: atención esmerada, mejor que la buena acostumbrada, de esposa e hijos. Empezaron las visitas de nietos y todos tipos de familiares, llamadas de compañeros de labores y universidad, conocidos, amigos y hasta una ex compañera de trabajo que llegó sin saber por qué y cómo a indagar por este servidor; unos amigos tergiversaron la versión de caída por un accidente con un carro, pero todos me dieron voces de solidaridad, aliento y desearon pronto restablecimiento.

Lo bueno de caerse e ir protegido, el casco para uso ciclístico, cumplió su cometido, al golpear la cabeza con el pavimento, se explotó, pero dejó intacta mi cabecita y todo su contenido… o al menos eso sigo pensando.

Rafael Camperos Higuera
Comunicador social, en formación, Universidad de Pamplona
San José de Cúcuta, 18 de mayo 2009


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