Desde el otro lado del teléfono, el periodista panameño cuenta que lo único que sabe de David Murcia Guzmán, es que era un buen observador. En Ciudad de Panamá, convertida en capital de la evasión y el escapismo gracias a la conveniente discreción del sector financiero, el dato, más allá de una anécdota, puede resultar una revelación.
“Esa era una de sus virtudes: ser un gran observador y buen planificador”, repite el hombre, antes de hablar de los excesos de magnate en los que incurría el chico que alguna vez sólo tuvo para comprar una bolsa de leche al día.
Quién sabe. Aquella también hace parte del centenar de dudas que hay debajo de la otra pirámide que constituye la vida de quien puso en jaque al sistema financiero colombiano. Pero de ser cierto, encajaría en una hipótesis extraoficial según la cual Murcia habría calcado su plan del engaño, del modelo que quebró la economía de Albania hace once años.
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