Francisco Santos y Luis Bedoya se apuntaron un éxito indiscutido al conseguir para Colombia la sede del Sub-20 del 2011. Ahora, la responsabilidad es de todos.
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Después de la alharaca, las falsas ilusiones y hasta el ridículo que hizo Colombia el año pasado, cuando se presentó como candidato a organizar un Mundial de Fútbol absoluto, ahora, casi en silencio, la Fifa le otorgó al país la sede para hacer el certamen orbital en la categoría juvenil o Sub-20.
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Según las explicaciones, las dos candidaturas fueron presentadas de manera simultánea, así que el nombre de Colombia sonó durante mucho más tiempo que el de Venezuela, motivo de peso a la hora de escoger la sede del 2011.
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Fue una curiosa manera de hacer una campaña, pero resultó efectiva. Sin importar mucho el cómo, hoy tenemos la designación del que debe ser el certamen deportivo más importante que organice Colombia desde los Panamericanos de 1971.
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Más, incluso que la Copa América de 2001, en que nuestro país fue campeón. Lo que corresponde ahora es organizar un gran torneo mundial.
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Los ejemplos que hemos tenido recientemente en esa categoría son de certámenes casi impecables y Colombia no puede ser inferior a esa cota que han fijado naciones de Europa, Asia, África y América.
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Hubiera querido que el inicio fuera mejor, con una elección más transparente de las subsedes, porque la explicación sobre las ocho elegidas resulta peregrina y no aclara por qué se dejó fuera al oriente (con buenos estadios y aficiones en Cúcuta y Bucaramanga) o al ‘Tolima Grande’ (en donde Ibagué o Neiva hubieran aprovechado para construir un estadio digno).
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Pero eso también parece un hecho cumplido. En adelante, el Mundial debe ser una cruzada nacional, para tener los mejores estadios posibles, un servicio impecable a los turistas y una sensación de seguridad que entierre definitivamente en el pasado los desplantes que sufrimos en la Copa América de hace siete años.
El país
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