La gran vulnerabilidad
La reciente escalada verbal entre el presidente Chávez y Álvaro Uribe no ha pasado afortunadamente a mayores en el campo de las relaciones comerciales entre los dos países.
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La inmensa mayoría de la opinión pública internacional y la totalidad de la nacional han respaldado con razón la postura del presidente colombiano.
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Y han rechazado tanto las excentricidades chavistas como las hipocresías de las Farc. Sin embargo queda flotando en el ambiente una pregunta obvia: ¿qué le podría pasar a las relaciones económicas colombo-venezolanas -que son tan intensas e importantes- si de las escaramuzas verbales se llegara a pasar un día a la guerra comercial? Una guerra comercial entre nuestros dos países sería por supuesto muy traumática para ambos.
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Venezuela es nuestro segundo socio comercial. Y más de dos mil kilómetros de frontera común albergan una población interdependiente que depende inmensamente de los intercambios mutuos.
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Chávez, en el fragor de sus últimas amenazas calenturientas, llegó a decir que podría dejar de comprarle alimentos a Colombia para adquirirlos en el Brasil. Pero ahí han quedado las cosas por el momento.
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Sin embargo, la voz de alerta principal que deja la crisis diplomática y verbal que hemos vivido recientemente con Venezuela es la gran vulnerabilidad que tenemos los colombianos al depender a lo largo de la zona fronteriza (desde la Guajira hasta Arauca) del suministro de combustibles venezolanos.
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Basta que nos cierren el grifo del lado venezolano para que medio país entre en colapso económico y social. Como ya ocurrió, por lo demás, no hace mucho tiempo, durante el episodio de la detención de Granda.
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Y en cierta manera también, hace pocas semanas, con motivo de la crisis de los retenes fronterizos de Cúcuta. Está bien que los países fronterizos establezcan mecanismos de intercambios energéticos para cuando se presentan faltantes transitorios en uno u otro lado.
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Tal es el caso de la interconexión eléctrica que tenemos establecida de tiempo atrás con la misma Venezuela y con Ecuador.
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Pero cosa bien distinta es depender en su totalidad y con carácter permanente del suministro de un insumo tan fundamental como es la gasolina de la buena o mala gana de uno de los vecinos.
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Como sucede con la gasolina venezolana que abastece a prácticamente media Colombia. La situación actual es tan absurda -y nos coloca en una vulnerabilidad geopolítica tal- como si el suministro energético de San Andrés dependiera de Nicaragua, o el del Putumayo del Ecuador.
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Esto hay que remediarlo con prontitud si no queremos ver ahondada esa peligrosa vulnerabilidad. Ecopetrol por razones elementales de autosuficiencia y de autonomía energética debería estar en condiciones técnicas (cosa que hoy no está) de suministrarle gasolina colombina a toda la población de la frontera oriental del país.
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Ya se vería -por la condición de frontera- a qué precio se venderían allí los combustibles: si con subsidio o sin él. Pero lo que los recientes episodios diplomáticos ilustran es que no tiene sentido, por elementales razones de seguridad y de autonomía nacional, que sigamos dependiendo en tan alta medida del buen o mal humor del gobierno de Caracas para el suministro de algo tan esencial a la soberanía de cualquier país como es la gasolina.
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